La opinión secreta de Isabel II sobre el Imperio español que escandalizaría a la Royal Navy del siglo XVIII
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Los ochenta fueron señalados con rotulador rojo en el calendario de La Moncloa. España estrenaba democracia –pocos años habían pasado desde la muerte del dictador– y era de vital importancia que nuestros vecinos nos arroparan en el nuevo camino europeo. Bajo esa premisa viajó Juan Carlos I al Reino Unido en 1986: para ultimar los detalles de una golpe de efecto que removiera a la sociedad y demostrara a locales y extranjeros que las grandes monarquías estaban del lado de los Borbones. Funcionó y, apenas dos años después, Isabel II –fallecida el pasado jueves a sus 96 primaveras– visitó España para dar el espaldarazo definitivo a su primo cuarto.

Su Graciosa Majestad pisó la península el 17 de octubre de 1988 junto a Felipe de Edimburgo. A lo largo de cinco jornadas despachó por Madrid, Sevilla y Barcelona. La última etapa del viaje la dedicó a descansar en Mallorca; sin cámaras, eso sí. Fueron cinco días trepidantes en los que Isabel II se mostró, ante todo, cercana a Don Juan Carlos y Doña Sofía. Tuvo tiempo para merendar en panaderías locales o para disfrutar de bailes flamencos con ellos; algo que ya se ha repetido hasta la saciedad estos días. Con todo, lo que se ha obviado es que dirigió también un discurso al Congreso de los Diputados en el que hizo referencia a la grandeza del Imperio español y a su relación –a veces turbia– con el Reino Unido.

Imperio español

Contaba la Reina unos 62 años muy bien llevados cuando se personó ante el Congreso de los Diputados. El pelo, castaño todavía, lucía recogido; la sonrisa era perenne. La fiesta arrancó a eso de las doce menos veinte del mediodía a cargo del presidente de la cámara, Félix Pons Irazazábal. O, al menos, eso quedó registrado en el Diario de Sesiones. Para dos naciones con siglos de enfrentamientos a sus espaldas, aquellas palabras fueron de hermanamiento y hasta de cierto cariño: «España y el Reino Unido se asientan sobre sólidas culturas, ambas ligadas egregiamente al árbol frondoso de la cultura europea. Shakespeare y Cervantes, Milton y Quevedo, Locke y Luis Vives […] se entremezclan en un proceso de desarrollo intelectual y estético del que son partes inseparables».

Isabel II de Inglaterra en España. En la imagen, es recibida por Su Majestad el Rey Don Juan Carlos a su llegada al Palacio de El Pardo ABC

Tras los muchos aplausos de rigor, Isabel II devolvió el cumplido al presidente con el primer párrafo de su discurso: «España, al igual que Gran Bretaña, es uno de los pilares sobre los que descansa la civilización occidental. Desde los tiempos de Séneca, Marcial y Quintiliano, España ha estado a la vanguardia de los logros europeos». No se anduvo con rodeos la monarca. Para empezar, se atrevió a desempolvar viejos tabúes de su país como como la colonización –«España fue el hogar de los descubridores del Nuevo Mundo», esgrimió– y alabó la tarea de pintores clásicos de la talla de El Greco, Francisco de Goya o Pablo Picasso. Arrancó bien, aunque solo estaba calentando.

Y a partir de aquí comenzaron los argumentos de peso. Sabedora de que era imposible esquivar los seis siglos que las dos potencias habían estado en guerra, la Reina admitió que nuestro país había sido un rival de esos a tener en cuenta: «España ha sido un adversario formidable y un aliado fiel y valiente. ¡Mi país conoce muy bien ambas facetas!». Las decenas de batallas en las que la 'Royal Navy' languideció, trémula, ante la Armada española corroboran sus palabras. La Rochelle en 1372; el desastre de la Contraarmada en 1589; la ridiculización de los corsarios británicos en las Islas Azores allá por 1591; la defensa de Cartagena de Indias por Blas de Lezo y el virrey Eslava en 1738; la contienda en Pensacola durante 1781; la derrota de Nelson en Cádiz... No hay dedos en la mano para contar los ejemplos.

Nuevo Mundo

Pero una cosa era ser amigable, y otra bien diferente, desmerecer a su propio país. Así que la Reina no tardó en insistir en que «nuestras dos naciones pueden recordar su historia con orgullo». Para ella, británicos y españoles estaban a la par. «Construimos los dos imperios más grandes que el mundo jamás haya conocido y les legamos nuestras jurisprudencias, nuestras creencias y nuestros idiomas», añadió. Se olvidó la monarca de señalar que poco tuvo que ver la colonización del Imperio español con la su equivalente británico. Ya lo corroboró Stanly G. Payne a ABC en 2017: «Los ingleses atacaron las aldeas para reducir a los nativos, en lugar de combatir contra ellos en el campo de batalla. Eso fue peor que lo que hicieron los españoles».

Aunque, una vez más, no era día para dividir, sino para hallar puntos comunes. Por eso, Isabel incidió en que Inglaterra y España debían sentirse orgullosas por su contribución al mundo. «Podemos contemplar con satisfacción la multitud de naciones independientes que hablan nuestros dos idiomas, que comparten nuestros valores y que, ahora, por sí mismas, contribuyen de manera destacada a la cultura mundial y a las relaciones internacionales». Admitió también que los caminos no habían sido los mismos, pero que «hoy, como democracias parlamentarias europeas, España y Gran Bretaña trabajan juntas nuevamente como socios y aliados».

El presidente del Congreso, Felix Pons, ofrece un discurso durante la visita de la Reina Isabel de Inglaterra a la Cámara Baja ABC

Y de una cosa, a la otra. Con el quinto centenario del descubrimiento de América a la vuelta de la esquina –apenas faltaban cuatro años para 1992–, Isabel II cantó las bondades de un Imperio español que dedicó toda su maquinaria estatal y empresarial a la exploración del Nuevo Mundo. «Esta fue la fecha fijada para la puesta en práctica del Mercado Único Europeo, y es el año en que España, tanto en Barcelona como en Sevilla, será la anfitriona para el mundo entero», esgrimió. En sus palabras, pocos países podían apreciar mejor que el Reino Unido «los triunfos y las derrotas que la nación española ha soportado en el último siglo».

Hacia la democracia

El siguiente bloque del discurso fue para bendecir la, por entonces, flamante democracia que la Monarquía se había esforzado por traer a España. Era normal. Desde el advenimiento de la Segunda República el 14 de abril de 1931, la Familia Real británica, emparentada con Alfonso XIII, anhelaba el regreso de Su Majestad al torno. Las relaciones tampoco habían sido buenas con Francisco Franco; en primer lugar, porque este había dado patadas hacia delante en lo que se refiere a la Restauración juanista, pero también por haber instaurado una dictadura y exigir la devolución del Peñón de Gibraltar.

Era día de alabar la democracia y aplaudir la caída de la dictadura, vaya. «En esta primera visita de un monarca británico a su país, me parece correcto y oportuno empezar rindiendo un caluroso homenaje al pueblo español por la democracia que ha sabido labrarse durante la última década», explicó. La Reina afirmó también que la llegada del parlamentarismo debía ser considerada un hito clave. «El Parlamento democrático que tengo ante mí, y el modo en que se ha logrado, serán considerados como una de las páginas más brillantes de la larga y orgullosa historia de esta Nación», finalizó.

Isabel II insistió también en que, tras años de desencuentros, ambas naciones caminaban al fin hacia una meta común a través de la Comunidad Europea y la OTAN. Una que buscaba la prosperidad y el bienestar de los dos pueblos en el marco de una democracia liberal. «Estas dos grandes comunidades de naciones nos permiten desempeñar un papel en el escenario mundial, tanto en la promoción del bienestar social y económico en un mundo más amplio como, a través de la OTAN, en la conservación de la paz mundial», esgrimió.

La última parte del discurso escondía algo de sorna. En 1986, dos años antes de la visita de la monarca a España, los príncipes Carlos y Diana pasaron varios días de vacaciones en Mallorca junto a sus hijos. No debió parecerles mal en enclave, pues regresaron hasta tres veces. Y eso, a pesar de las legiones de fotógrafos que les perseguían. En su discurso, Isabel II hizo alusión a este tiempo de asueto: «Cada año, entre siete y ocho millones de turistas británicos visitas España. Se habrán dado cuenta de que, entre ellos, se encuentra mi propia familia. Abrigo la sincera esperanza de que estos intercambios cada vez más intensos forjarán una mayor comprensión en nuestros respectivos pueblos».

Fuente: www.abc.es

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